Elon Musk (CEO de Tesla y X) apoyó algún comentario antisemita aparecido en X (ex Twiter). Sin embargo ayer viajó a Israel, se saludó con Netanhayu, intercambió cromos con él (el uso de satélites propiedad del magnate americano a cambio de un suculante importe en millones de dólares) y aquí se acaba todo. Una cosa por otra. Muerto el perro muerta la rabia.
A estas alturas ya casi nada nos puede sorprender. El quid pro quo se ha hecho «viral» en muchos ámbitos de nuestra vida y de nuestra sociedad. Como dijo Groucho Marx «estos son mis principios, y si no le gustan no me importa cambiar de principios».
Y ahora la pregunta para la reflexión: ¿Hasta qué punto es éticamente lícito el Quid pro quo? ¿Está en contra de la rigidez de pensamiento? Mantener fijamente un punto de vista o una opinión ¿merece más o menos respeto que la flexibilidad en el pensamiento?